Era un gran equipo. Hace más años aún, en la revista Babel, ante una requisitoria de escribir una prestigiosa nota sobre la cultura vienesa, propuse un equipo de temer bajo la dirección del entonces DT de la selección nacional, Carlos Salvador Bilardo. Un 4-4-2: Wittgenstein en el arco; Kokoschka, Berg, Schumpeter y Musil; Krauss, Zweig, Klimt y Otto Wagner; Freud con Herzl en la delantera. El ayudante de campo era un tal Adolfo del que me olvidé el apellido, pero no era Rodríguez Saá.
En fin, no hay como jugar a las figuritas para colaborar con el pensamiento nacional.
La idea de la muestra, de ésta y de las que armarán con todos los auspicios oficiales que haya, hoy gracias a Albistur, mañana gracias a Jaime, pasado mañana Moreno, pasado pasado por el mecenazgo de otro ser generoso, es la siguiente: el pensamiento nacional y los luchadores nacionales se jugaron la vida y el destino en la década del 70, cuando Albistur y compañeros eran jóvenes maravillosos.
Esta etapa de liberación nacional y popular fue abortada por el golpe militar genocida de 1976. No pudo renacer ni irrumpir en la escena nacional por culpa del europeísmo socialdemócrata del alfonsinismo. Cuando parecía despertarse ante la nueva aurora, gracias a los carapintadas primero y al Facundo emponchado y empatillado del ’89, el caudillo traiciona a la patria y la vende al neoliberalismo.
La lucha continúa. El vacío delarruista da por terminadas esas ínfulas socialdemócratas y, tras una serie de cabildeos, llega un salvador de la patria. Néstor, así nomás, un solo nombre, y Cristina, su abnegada compañera.
Néstor y Cristina son ungidos como los nuevos perones y evitas. Los demás son unos gorilas, cipayos, neoliberales, menemistas, nuevas derechas, procesistas. Y esto recién comienza. Es una oportunidad histórica. Toda una gesta nacional viene preparando el momento. ¿Será de liberación? ¿De quién? ¿De los chinos? ¿De Clarín? ¿De Macri? ¿De la Mesa de Enlace? ¿De Falcioni?
Nobel. Ustedes conocen al premio Nobel de Literatura, el anglohindocaribeño V.S. Naipaul. Es un gran escritor. Lástima que no lo invitaron a la Feria del Libro. Me imagino las cartas de protesta que hubiera motivado de parte de los defensores del modelo de embrutecimiento inclusivo. Y es un viajero. Escribió, además de sus novelas, libros sobre la India, los países musulmanes, sobre su recorrido por países africanos. Vino tres veces a la Argentina: en el ’72, el ’74 y el ’77. Tenía un gran amor “en” más que “por” esta tierra, una mujer que fue su amante argentina durante décadas. Sus observaciones fueron publicadas en su libro The return of Eva Perón. Habla de los autos asesinos al referirse a los Falcon. De la barbarie argentina.
En una nota escrita en La Nación por Rodolfo Rabanal a propósito del escritor recientemente premiado, cita a Naipaul: “Hace unos treinta años –dijo en Estocolmo cuando llegaba para recibir el máximo galardón literario– visité la Argentina. Era la época de la guerrilla. La gente esperaba que el viejo dictador Juan Domingo Perón volviera del exilio. El país estaba lleno de odio. Los peronistas aguardaban el retorno del líder para cobrarse viejas cuentas. Uno de ellos me dijo: ‘Hay una tortura buena y otra mala. La buena tortura es la que se aplica a los enemigos del pueblo; la mala es la que los enemigos del pueblo le aplican a uno’”. Sigue Naipaul: “No pude asistir a ningún debate verdadero, sólo había pasión y jerga política, una jerga mayormente importada de Europa. La jerga transforma la realidad en abstracción y, donde ella se impone, la gente se queda sin causas y entonces sólo existen los enemigos. Todavía hoy las pasiones prevalecen en la Argentina, aniquilando toda razón y estropeando la vida de personas, sin que ninguna solución aparezca a la vista”.
Esta nota se publicó el 20 de diciembre de 2001, en momentos en que el país explotaba una vez más. Han pasado diez años. La jerga continúa. Naipaul decía que le asombraba que en las puertas del cementerio de la Recoleta hubiera un par de hoteles alojamiento. Le parecía una vecindad curiosa.
También lo irritaba escuchar con frecuencia “se la metí bien en el culo” como canto de victoria. Lo dice con candor, ya que la sodomía es parte de los confesados encantos de su práctica erótica (de acuerdo a la biografía autorizada de Patrick French, The World is what it is), pero no soporta la “arrogancia” de la sodomía nacional. Una cosa es sodomizar y otra estar orgulloso de haber sodomizado.
Mitos. La gente de la cultura oficial difunde la idea de que los pueblos necesitan un mito. El que ahora se elabora es éste que unge a Néstor y Cristina como nuevos jefes espirituales de la nación. Esta muestra, pobre, aburrida, gris, mortuoria, vengativa, pecaminosa, es parte del intento de participar del relato mítico que legitime esta nueva fase de liberación.
Estamos acostumbrados a los mitos de fundación. El punto cero regenerativo es un lugar común repetido luego de cada una de las crisis nacionales. Pero estos mitos no son mitos, son sofismas culturosos para autocomplacerse en una lucha ficticia pero con efectos reales, nefastos.
Hacerle la guerra a Mitre, Roca, Sarmiento y Rivadavia en nombre de Néstor y Cristina es una bufonada. El relato puritano y maniqueo de la historia es para uso de dictaduras y sus comisarios culturales. A muchos de estos nuevos pensadores que evocan a los antiguos pensadores les encantaría una nueva tiranía, si es para el pueblo. Claro, para el pueblo de ellos. Es lo mismo de siempre. Lo de hace 35 años pero gastado, farsesco, inútil, berreta.
El desafío de la Argentina no es éste. Es el hambre. La falta de vivienda. La salud ausente. La gente dependiendo de dádivas. La marginalidad creciente. La violencia cotidiana. El narcotráfico. El atraso tecnológico. La corrupción sistémica. La juventud fuera del circuito educativo y laboral. La adolescencia sin instrucción. Los ejércitos privados. El arrasamiento salvaje de nuestros recursos naturales. La demolición de toda autoridad que no se presente como poder intimidatorio. ¿Sigo? Es decir, la sociedad.
Pero no les alcanza, quieren patria, y para eso necesitan traidores. Quien consiga un nuevo traidor es bienvenido. Esta no es una voluntad revolucionaria, lo fue en otras épocas, y para mal. Esto es reacción. La típica y auténtica derecha. La que se escuda detrás del clamor nacional contra lo “neocolonial”. Atraso. Decadencia. Impostación. Uso de los muertos para cubrir mediocridades de unos cuantos vivos.
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